Por Jochi Muñoz
Tal pareciera que la palabra exquisitez se va tornando en acompañante fiel de las propuestas de la artista dominicana Lina Aybar. Ya califiqué con ese adjetivo su performance +cara (2007), que presentara en la calle peatonal El Conde, en Santo Domingo, y cuya reseña titulé, precisamente, Lina Aybar o la exquisitez hecha máscara. La artista vuelve a embriagarnos con una nueva propuesta... con una sutil propuesta, Corazón de libélula, presentada en Cinema Café, el pasado 14 de febrero, fecha en que se celebra el Día del amor y la amistad.
El lugar escogido por la artista en esta oportunidad, es un sitio de encuentro social, el que en la fecha señalada estuvo aún más concurrido de lo que normalmente está, razón de más para la elección. A nuestra llegada, encontramos a la artista parada en frente a una mesa preparada para un bufet, de la cual tomaba un plato en el que, valiéndose de un dispensador de sirope de chocolate, dibujaba una libélula. Acto seguido, extendía sus brazos ofreciéndolo a quien deseara tomarlo. Y así, una y otra y otra vez, hasta hacerlo con docenas de platos dispuestos para esto.
Al principio me preguntaba qué pretendía Lina con esta acción. La miraba, miraba a los parroquianos, volvía a mirar a la artista; escuchaba los comentarios; me percataba de la expresión de los recién llegados, quienes extrañados por lo que esa muchacha hacía, no le encontraban lógica a aquello; me fijaba en el modo, siempre diferente, de todos los que se decidían a acercarse a la artista para recibir lo que ella les ofrecía. Procuraba ser permeable a cada detalle; y volvía a preguntarme, ¿qué pretendía Lina con esta propuesta?
A medida que transcurrían los minutos, y la artista continuaba en su acción, cada vez más centrada en la misma, se fue logrando una atmósfera de tácita solidaridad entre ella y el público, quien gustoso recibía lo ofrecido. Obviamente, la pieza gira en torno al dar, al desprenderse, al agradar..., y quien recibía lo ofrendado lo admiraba, lo colocaba con cuidado sobre su mesa, lo comentaba tratando de buscarle un significado, y al final, lo degustaba, porque todos acabaron pasando sus dedos sobre el plato y luego levándolo a sus bocas, disfrutando así de esa suculencia de chocolate hecha libélula.
Si pasamos revista a algunos de los últimos trabajos de Lina, constatamos que esta ofrenda se aleja totalmente de los mismos, tanto en lo formal como en las temáticas abordadas por la artista. Así, en El color de la vida (2006), estuvo por dos días dentro de una habitación, pintando de negro techo, paredes y suelo; en Hecha tiras (2006), la artista, vendada y descalza, deambulaba por calles de la ciudad colonial, mientras circulaban unas tijera con las que le cortaban la ropa aquellos que así lo desearan; en +cara (2007), sentada en una concurrida calle, ella se maquillaba y desmaquillaba constantemente; en ¿Quién decide? (2007), llevaba como indumentaria etiquetas adheridas a su cuerpo, en las que estaban escritos calificativos (positivos y negativos) que se les asignan a la mujer, y que la artista, parada inmóvil, estaba a la espera de que alguien se atreviera a desprenderle alguna.
En su discurso habitual la artista ha venido cuestionando no sólo su condición y situación como mujer, sino, por extensión, la del ser humano, en general, inmerso en esta sociedad que va minando su integridad, su autoestima, y yo iría un poco más allá, diciendo que, a veces, hasta su deseo de vivir. Pero la artista, dotada de una sensibilidad particular, da su voz de alarma, y disiente de todo aquello que represente un escollo para el desarrollo del ser humano.
Tras unos días de reflexión, me aventuro a escribir estas líneas, las que concluyo diciendo que, Corazón de libélula, pieza de ejecución precisa, limpia, pulida, hermosa..., sí, exquisita, me presenta una disyuntiva: o esta pieza es un alto en el discurso habitual de la obra de la artista (haciendo algo diferente a lo que normalmente realiza), para retomarlo luego; o constituye un cambio de dirección radical en el modo de abordarlo.
En cualquiera de los casos, esto se torna en un reto para la artista. Ya el tiempo nos dirá si el segundo será el nuevo derrotero que tomará, por lo que quedamos a la espera de conocer el cuerpo que tendría su obra. En el otro caso, esto es, de que Corazón de libélula sea un alto, un respiro, tras el cual volvería a su discurso habitual, no se le aligera la carga, sino que la reasunción del mismo ha de tener el mismo o un mayor nivel de compromiso con la vida... más bien, con la forma de ver la vida a través del arte. Por el momento, agradecemos a la artista por estas libélulas azucaradas.
Santo Domingo, República Dominicana
27 de febrero de 2008
Tal pareciera que la palabra exquisitez se va tornando en acompañante fiel de las propuestas de la artista dominicana Lina Aybar. Ya califiqué con ese adjetivo su performance +cara (2007), que presentara en la calle peatonal El Conde, en Santo Domingo, y cuya reseña titulé, precisamente, Lina Aybar o la exquisitez hecha máscara. La artista vuelve a embriagarnos con una nueva propuesta... con una sutil propuesta, Corazón de libélula, presentada en Cinema Café, el pasado 14 de febrero, fecha en que se celebra el Día del amor y la amistad.
El lugar escogido por la artista en esta oportunidad, es un sitio de encuentro social, el que en la fecha señalada estuvo aún más concurrido de lo que normalmente está, razón de más para la elección. A nuestra llegada, encontramos a la artista parada en frente a una mesa preparada para un bufet, de la cual tomaba un plato en el que, valiéndose de un dispensador de sirope de chocolate, dibujaba una libélula. Acto seguido, extendía sus brazos ofreciéndolo a quien deseara tomarlo. Y así, una y otra y otra vez, hasta hacerlo con docenas de platos dispuestos para esto.
Al principio me preguntaba qué pretendía Lina con esta acción. La miraba, miraba a los parroquianos, volvía a mirar a la artista; escuchaba los comentarios; me percataba de la expresión de los recién llegados, quienes extrañados por lo que esa muchacha hacía, no le encontraban lógica a aquello; me fijaba en el modo, siempre diferente, de todos los que se decidían a acercarse a la artista para recibir lo que ella les ofrecía. Procuraba ser permeable a cada detalle; y volvía a preguntarme, ¿qué pretendía Lina con esta propuesta?
A medida que transcurrían los minutos, y la artista continuaba en su acción, cada vez más centrada en la misma, se fue logrando una atmósfera de tácita solidaridad entre ella y el público, quien gustoso recibía lo ofrecido. Obviamente, la pieza gira en torno al dar, al desprenderse, al agradar..., y quien recibía lo ofrendado lo admiraba, lo colocaba con cuidado sobre su mesa, lo comentaba tratando de buscarle un significado, y al final, lo degustaba, porque todos acabaron pasando sus dedos sobre el plato y luego levándolo a sus bocas, disfrutando así de esa suculencia de chocolate hecha libélula.
Si pasamos revista a algunos de los últimos trabajos de Lina, constatamos que esta ofrenda se aleja totalmente de los mismos, tanto en lo formal como en las temáticas abordadas por la artista. Así, en El color de la vida (2006), estuvo por dos días dentro de una habitación, pintando de negro techo, paredes y suelo; en Hecha tiras (2006), la artista, vendada y descalza, deambulaba por calles de la ciudad colonial, mientras circulaban unas tijera con las que le cortaban la ropa aquellos que así lo desearan; en +cara (2007), sentada en una concurrida calle, ella se maquillaba y desmaquillaba constantemente; en ¿Quién decide? (2007), llevaba como indumentaria etiquetas adheridas a su cuerpo, en las que estaban escritos calificativos (positivos y negativos) que se les asignan a la mujer, y que la artista, parada inmóvil, estaba a la espera de que alguien se atreviera a desprenderle alguna.
En su discurso habitual la artista ha venido cuestionando no sólo su condición y situación como mujer, sino, por extensión, la del ser humano, en general, inmerso en esta sociedad que va minando su integridad, su autoestima, y yo iría un poco más allá, diciendo que, a veces, hasta su deseo de vivir. Pero la artista, dotada de una sensibilidad particular, da su voz de alarma, y disiente de todo aquello que represente un escollo para el desarrollo del ser humano.
Tras unos días de reflexión, me aventuro a escribir estas líneas, las que concluyo diciendo que, Corazón de libélula, pieza de ejecución precisa, limpia, pulida, hermosa..., sí, exquisita, me presenta una disyuntiva: o esta pieza es un alto en el discurso habitual de la obra de la artista (haciendo algo diferente a lo que normalmente realiza), para retomarlo luego; o constituye un cambio de dirección radical en el modo de abordarlo.
En cualquiera de los casos, esto se torna en un reto para la artista. Ya el tiempo nos dirá si el segundo será el nuevo derrotero que tomará, por lo que quedamos a la espera de conocer el cuerpo que tendría su obra. En el otro caso, esto es, de que Corazón de libélula sea un alto, un respiro, tras el cual volvería a su discurso habitual, no se le aligera la carga, sino que la reasunción del mismo ha de tener el mismo o un mayor nivel de compromiso con la vida... más bien, con la forma de ver la vida a través del arte. Por el momento, agradecemos a la artista por estas libélulas azucaradas.
Santo Domingo, República Dominicana
27 de febrero de 2008
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