La noche del viernes 2 de marzo del año de Nuestro Señor de 2012, quien subscribe visionó una epifanía. Una imagen bella por sí misma, bella por la acción que envolvía, bella por lo simple de ésta, bella por lo que aquella sugería, bella por lo que la acción misma callaba. En fin, una imagen y una acción bellas por su misma humanidad: Un hombre sentado en una silla deshojaba una flor, con lentos movimientos; luego, trataba de recomponerla pegando sus pétalos con coquí. ¡Es cuánto!
Tal sucedía en la azotea del Teatro Guloya, durante la quinta edición de Teatro por un tubo. La pieza, «…aún la nave del olvido…». La música, que enriquecía los sonidos de la noche, «La nave del olvido», en voz de Chavela Vargas. El accionante, el artista dominicano Francis Taylor.
Es Taylor un artista de una fina sensibilidad y de una capacidad envidiable para reflexionar sobre su entorno, y abrevar en él para conceptualizar sus piezas. De formación teatral, mostró siempre una capacidad crítica sobre el quehacer de la disciplina en nuestro medio. Dos hitos le marcaron de modo permanente. El primero, haber sido alumno de Manuel Chapuseaux, quien le formó bajo los lineamientos de Bertolt Brecht, llegando a ser miembro de la agrupación de teatro popular «Califé», ventana desde la cual pudo otear el horizonte de la realidad social dominicana, e insertarse en un modo de hacer teatro teniendo como materia prima el cuestionamiento de la misma. Corría el final de los años ´80 e inicio de los ´90. No ha de soslayarse que Francis proviene de una familia muy crítica de la situación política represiva de los años anteriores.
El segundo de los hitos, lo constituyó el haber participado en el primer Taller de Integración de las Artes Escénicas, en 1996, impartido por el director y gestor español Guillermo Heras, traído por el Centro Cultural de España. Amén de justipreciar toda su formación anterior, esta experiencia le amplió la visión de cómo considerar las cosas; de cómo hacer arte experimentando y asimilando sensaciones inéditas para llevar adelante su trabajo actoral, y, más todavía, de cómo conceptualizar con más rigor las cosas. Y esto último lo extrapoló, posteriormente, a su quehacer performático. Recordemos que Francis venía haciendo performances desde un par de años antes, pero tras el mencionado taller y tras lecturas y círculos de discusiones, él ha ido encausando su manera de hacerlo, hasta arribar al modo de proceder que hoy manifiesta.
Su sensibilidad social, aunque es tocada en sus piezas, de pleno la manifiesta en su trabajo de activismo en pro de la comunidad LGBT, y en su labor en una ONG, donde desarrolla proyectos de prevención de VIH en poblaciones vulnerables, coordinando, específicamente, el de usuarios de drogas. Algo a resaltar, es que Taylor al hacer activismo desarrolla una serie de actividades variopintas, que incluyen la animación teatral, pero deslindando esto de su trabajo artístico per se. Nunca se ha propuesto realizar artivismo.
En lo que respecta a su faceta artística, Taylor se ha planteado ser, a la vez, teatrista y artista del Performance Art, apreciándose en ambos medios, la misma sensibilidad artística, la misma estética, y, sobre todo, el mismo nivel de compromiso para con el arte y para consigo mismo. Posee una claridad meridiana de lo que son ambos medios, lo que le permite, a discreción, moverse libremente entre uno y otro, con la seguridad y la no ostentación que da el conocimiento (o que debería dar).
En su obra, teatral o de Performance Art, Francis plantea situaciones de su entorno personal, mirando cara a cara las cosas, desarmándolas, despojándolas de todo infundio de temor, y exorcizando de sí todo rastro de culpabilidad, purgando todo aquello que le impide realizarse plenamente como individuo, a la vez que asume la cuota de responsabilidad por lo que en un momento debió enfrentar. Él hace suyo lo expresado, en una oportunidad, por la performera guatemalteca Regina José Galindo: «Si el arte no sirve para curar, no me interesa».
Digna de mencionar son tres piezas, disímiles entre sí, pero en las que subyace la misma materia prima: su relación con su abuela materna y su empresa de expurgación. Cronológicamente, son: Deglución (2007), en la que tras leer un texto alusivo a lo tormentoso-amoroso de esa relación, procedía a ingerir, cortado en trocitos, el bolsillo de la última bata vestida por su difunta abuela.
La segunda de esa trilogía es Sashimi de Deus (2008), pieza más bien teatral, en la que habla del poder, de la autoridad, objetivada en la pieza en una conversación entre él y Dios, pero inspirada, realmente, en la convivencia con su abuela.
Finalmente, en Alfiletero (2009), realizada en el Museo del Chopo, en Ciudad México, quiso rendirle homenaje a su abuela, uniendo el elemento alfiler, propio del oficio de costurera de ella, y el deseo (nunca cumplido) de ésta de visitar México. Así, ante el público asistente, Francis fue sacando uno a uno alfileres, previamente clavados en su pecho a la altura de su corazón, como saldo de los resquemores de la relación abuela-nieto. ¡Un gesto de perdón y de amor más significativo no habría podido concebir!
Nunca como ahora cobra más sentido la frase «menos es más», aplicada a la obra de Taylor. En ella sólo encontramos lo indispensable. Nada de adornos superfluos, arabescos, ni explicaciones ni concesiones al público. Esto tanto al hacer teatro como al realizar sus piezas de Performance Art.
Eso quedó patente el día del ensayo general del citado evento de Teatro por un tubo, cuando un artista participante en otra de las piezas, emocionado, se acercó a Francis y le dijo que cómo él podía lograr decir tantas cosas con tan pocos recursos y acciones, refiriéndose a lo conciso y contundente de «…aún la nave del olvido…», y además, de una manera tan bella.
Y es que «…aún la nave del olvido…», amén de ser epifanía de una belleza formal que nos invita a su mera contemplación, nos inquieta, nos remueve cosas que quisiéramos quedaran tranquilitas, y nos lleva un poco más allá del consabido me quiere-no me quiere, que pudiéremos tener en una primera lectura. Nos plantea unas pistas que nos hacen seguir pensando en la imagen y buscando otras posibles lecturas de la misma. Se me antoja, de pronto, que toco fondo y que hago intentos desesperados por levantarme.
Jochi Muñoz
28 de marzo de 2012
Santo Domingo, Rep. Dominicana
(Texto y fotos: Jochi Muñoz)
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