(Este texto constituye el primer compromiso del Diplomado en Pedagogía Universitaria, ofrecido por el Centro de Desarrollo Profesional de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra/Recinto Santo Tomás de Aquino, para el cuerpo docente de esta Institución. En la Autobiografía solicitada se debía hacer incapié tanto en los principales logros como en los escollos encontrados en el ejercicio profesoral)
Por Jochi Muñoz
Al enfrentarme a la tarea de realizar el primer compromiso del Diplomado en Pedagogía Universitaria, mi autobiografía, toda mi atención se focalizó en algo que siempre he sentido por varias personas, y desde lo que debía trazar el recuento de mi camino por la docencia: la gratitud.
Gratitud hacia dos hombres y una mujer (revestidos de luces y sombras, como lo está todo en la vida) con el denominador común de ser personas excepcionales en sus campos, comprometidas y generosas. Abrevé de ellos y ella en diversos períodos de mi formación como bailarín, y cuyas orientaciones me permitieron no sólo modelarme como ejecutante, sino que en gran medida fueron los y la responsables de la visión del mundo del arte que poseo, y que es mi norte para asumir mi compromiso de responsabilidad social como artista y como docente.
Fradique Lizardo, Irmgard Despradel y Eduardo Villanueva son esa personas que me despertaron el hambre de saber, de buscar, de apropiarme de aquello que de una u otra forma me nutriría en mi andar por los vericuetos del folkore, del ballet y de la danza moderna, respectivamente. Y lo maravilloso de todo es que, con el pasar de los años, he aprendido a transitar libremente por esos campos, alejándome, acercándome, tomando o dejando cosas de ellos, empleándolo tal cual o reinterpretándolo según la necesidad creativa del momento.
A mediados de 1977 entro a la Escuela del Ballet Folklórico Dominicano, dirigido por Lizardo, permitiéndoseme a las pocas semanas que asistiera también a los entrenamientos con la compañía. A los dos años, se “me echa a los leones” , al hacerme enfrentar a los alumnos principiantes de la Escuela, en calidad de profesor responsable de su entrenamiento corporal. Huelga decir que a la sazón no tenía ninguna preparación didáctica para afrontar tal reto, siendo la única razón de peso que tuvieron los directivos del centro el hecho de que de todos los miembros de la agrupación, era el único que estaba entrenándose de manera formal en otro centro. Este centro era la Academia de Ballet Santo Domingo, dirigida por la prof. Despradel.
En el Ballet Santo Domingo no impartí clases, pero sí se me dio la oportunidad de desarrollarme en el campo de la creación. Permanecí en este grupo de 1977 a 1990.
Mi último año con Despradel coincide con mi ingreso al Taller de Danza Moderna, dirigido por Eduardo Villanueva, donde permanezco hasta su disolución en 1996. También aquí se me ofrece la oportunidad de impartir clases a los principiantes y a los estudiantes que no eran parte de la compañía.
Por otra parte, desde 1981 hasta la actualidad soy profesor de folklore de la Dirección General de Cultura, de la Secretaría de Estado de Educación, trabajando con niños y adolescentes (desde 7 a 14 años). El énfasis en esta clase está en la enseñanza del folklore danzario dominicano.
En octubre de 1989 ingreso a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Recinto Santo Tomás de Aquino (PUCMM-RSTA) como profesor de danza, siendo nombrado al año siguiente, Coordinador del área.
En lo que respecta a la infraestructura requerida para impartir clases de danza (piso de madera, espejos, barras, camerino...) tanto el local del Ballet Santo Domingo como el del Taller de Danza Moderna la poseían. Por su parte, el Ballet Folklórico Dominicano carecía de la misma (sólo se logró que se colocaran las barras), por lo que esa limitante, principalmente la carencia del piso apropiado, me condicionó a que las clases debían darse de tal o cual manera, para evitar posibles lesiones en los estudiantes. (El entrenamiento de cualquier tipo de danza sólo debe ofrecerse en piso de madera, construido con ciertas especificidades). Tal ocurre con las instalaciones de la Universidad, en la que tampoco existe el salón adecuado.
En lo que respecta al lugar donde se imparten las clases de folklore de la Secretaría de Educación, la cosa es aún más grave, ya que no disponemos de un espacio fijo para las mismas, teniéndolas que impartir en el lugar que nos presten para ello. Por lo general el lugar varía de un año académico a otro, y en ocasiones, como en el presente, a mitad del mismo, con el consiguiente desajuste que presupone para el desenvolvimiento normal de las sesiones.
¿Qué si me gusta impartir docencia? La verdad es que estoy cansado. Realmente me gusta compartir cualquier cosa con mis compañeros o con los interesados, tanto dentro de la docencia como en mi trabajo creativo, pero este tener que trabajar sin la condición mínima (sin el piso, por volver a señalarlo), viéndose uno precisado a tener que dar unas clases a medias, realmente es estéril. Lamento el sentirme así. Sigo en la docencia porque es mi medio de subsistencia, y además, y para mí es fundamental, por el compromiso que tengo de multiplicar lo que no sólo Lizardo, Despradel y Villanueva me dieron, sino también Nereyda Rodríguez, Mirito Arvelo, Armando Villamil, Manuel Chapuseax, Heidi Despradel, Patricia Ascuasiati, Guillermo Heras, Marilú Valdez, Diógenes Valdez, Francis Taylor, Jorge Pineda... y otros muchos más.
No todos los mencionados han sido profesores fijos en centros académicos, pero sí contribuyeron (y siguen contribuyendo algunos de ellos) de manera rotunda en mi formación a través de cursos, talleres, encuentro de reflexión, conversaciones...; y más aún, entre ellos los hay que no son docentes, y al igual, han marcado su impronta en mi manera de ver el arte, y de transmitir el mismo mediante mis clases.
Gratitud hacia dos hombres y una mujer (revestidos de luces y sombras, como lo está todo en la vida) con el denominador común de ser personas excepcionales en sus campos, comprometidas y generosas. Abrevé de ellos y ella en diversos períodos de mi formación como bailarín, y cuyas orientaciones me permitieron no sólo modelarme como ejecutante, sino que en gran medida fueron los y la responsables de la visión del mundo del arte que poseo, y que es mi norte para asumir mi compromiso de responsabilidad social como artista y como docente.
Fradique Lizardo, Irmgard Despradel y Eduardo Villanueva son esa personas que me despertaron el hambre de saber, de buscar, de apropiarme de aquello que de una u otra forma me nutriría en mi andar por los vericuetos del folkore, del ballet y de la danza moderna, respectivamente. Y lo maravilloso de todo es que, con el pasar de los años, he aprendido a transitar libremente por esos campos, alejándome, acercándome, tomando o dejando cosas de ellos, empleándolo tal cual o reinterpretándolo según la necesidad creativa del momento.
A mediados de 1977 entro a la Escuela del Ballet Folklórico Dominicano, dirigido por Lizardo, permitiéndoseme a las pocas semanas que asistiera también a los entrenamientos con la compañía. A los dos años, se “me echa a los leones” , al hacerme enfrentar a los alumnos principiantes de la Escuela, en calidad de profesor responsable de su entrenamiento corporal. Huelga decir que a la sazón no tenía ninguna preparación didáctica para afrontar tal reto, siendo la única razón de peso que tuvieron los directivos del centro el hecho de que de todos los miembros de la agrupación, era el único que estaba entrenándose de manera formal en otro centro. Este centro era la Academia de Ballet Santo Domingo, dirigida por la prof. Despradel.
En el Ballet Santo Domingo no impartí clases, pero sí se me dio la oportunidad de desarrollarme en el campo de la creación. Permanecí en este grupo de 1977 a 1990.
Mi último año con Despradel coincide con mi ingreso al Taller de Danza Moderna, dirigido por Eduardo Villanueva, donde permanezco hasta su disolución en 1996. También aquí se me ofrece la oportunidad de impartir clases a los principiantes y a los estudiantes que no eran parte de la compañía.
Por otra parte, desde 1981 hasta la actualidad soy profesor de folklore de la Dirección General de Cultura, de la Secretaría de Estado de Educación, trabajando con niños y adolescentes (desde 7 a 14 años). El énfasis en esta clase está en la enseñanza del folklore danzario dominicano.
En octubre de 1989 ingreso a la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Recinto Santo Tomás de Aquino (PUCMM-RSTA) como profesor de danza, siendo nombrado al año siguiente, Coordinador del área.
En lo que respecta a la infraestructura requerida para impartir clases de danza (piso de madera, espejos, barras, camerino...) tanto el local del Ballet Santo Domingo como el del Taller de Danza Moderna la poseían. Por su parte, el Ballet Folklórico Dominicano carecía de la misma (sólo se logró que se colocaran las barras), por lo que esa limitante, principalmente la carencia del piso apropiado, me condicionó a que las clases debían darse de tal o cual manera, para evitar posibles lesiones en los estudiantes. (El entrenamiento de cualquier tipo de danza sólo debe ofrecerse en piso de madera, construido con ciertas especificidades). Tal ocurre con las instalaciones de la Universidad, en la que tampoco existe el salón adecuado.
En lo que respecta al lugar donde se imparten las clases de folklore de la Secretaría de Educación, la cosa es aún más grave, ya que no disponemos de un espacio fijo para las mismas, teniéndolas que impartir en el lugar que nos presten para ello. Por lo general el lugar varía de un año académico a otro, y en ocasiones, como en el presente, a mitad del mismo, con el consiguiente desajuste que presupone para el desenvolvimiento normal de las sesiones.
¿Qué si me gusta impartir docencia? La verdad es que estoy cansado. Realmente me gusta compartir cualquier cosa con mis compañeros o con los interesados, tanto dentro de la docencia como en mi trabajo creativo, pero este tener que trabajar sin la condición mínima (sin el piso, por volver a señalarlo), viéndose uno precisado a tener que dar unas clases a medias, realmente es estéril. Lamento el sentirme así. Sigo en la docencia porque es mi medio de subsistencia, y además, y para mí es fundamental, por el compromiso que tengo de multiplicar lo que no sólo Lizardo, Despradel y Villanueva me dieron, sino también Nereyda Rodríguez, Mirito Arvelo, Armando Villamil, Manuel Chapuseax, Heidi Despradel, Patricia Ascuasiati, Guillermo Heras, Marilú Valdez, Diógenes Valdez, Francis Taylor, Jorge Pineda... y otros muchos más.
No todos los mencionados han sido profesores fijos en centros académicos, pero sí contribuyeron (y siguen contribuyendo algunos de ellos) de manera rotunda en mi formación a través de cursos, talleres, encuentro de reflexión, conversaciones...; y más aún, entre ellos los hay que no son docentes, y al igual, han marcado su impronta en mi manera de ver el arte, y de transmitir el mismo mediante mis clases.
Santo Domingo, Rep. Dominicana
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