(Este texto constituye una de las páginas del Diario de reflexión del Diplomado en Pedagogía Universitaria, ofrecido por Centro de Desarrollo Profesional, de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Recinto Santo Tomás de Aquino, para el cuerpo docente de esta Institución)
Por Jochi Muñoz
En la tarde de hoy recibí un mail de una querida ex-compañera del Taller de Danza Moderna, a quien veo muy de vez en cuando en algún evento artístico, en que me hacía acuse de recibo de un documento preparado por mí sobre las actividades que desarrollara en 2006, pero que le fuera remitido por otra ex–compañera.
Me dio tanta alegría que me escribiera, y me quedé pensando en las vivencias tenidas en ese grupo, a la vez que justipreciaba lo que en su momento –hace ya más de una década– no reparamos en su trascendencia.
Tal pareciera que este Diplomado no fuera en pedagogía universitaria, sino en pedagogía de la vida, o para la vida. Quizás esté diciendo disparates, pero no me importa, pues ese detenerme un momento a pensar (estimulado por las lecturas y las sesiones de los miércoles del Diplomado) en cosas que realmente fueron importantes para mi desarrollo personal, me hace darle más sentido a mi labor (de la índole que sea).
Los tres facilitadores que hasta el momento hemos tenido en el Diplomado: Mary Cantisano, la hermana Oliva Hernando y el Lic. Francisco Polanco, nos han hecho darnos cuenta, o reconfirmar para algunos, que el camino no termina ahí, sino que tras la maleza que vemos al frente, continúa. Tras el desbroce (entiéndase, reflexión) la vía se nos mostrará en toda su amplitud, pero llena, eso sí, de arcanos que tenemos que descifrar para el constante crecimiento, en esa toma y daca, que es el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Las lecturas de la primera unidad (he leído prácticamente todo el material, excepto algunos artículos de las revistas) han sido una inyección de cosas que sabíamos y no recordábamos, de otras que sabíamos a medias, o que sabíamos de manera intuitiva, y de otras que, definitivamente, no sabíamos. En todos los casos, nos hicieron darnos cuenta de la necesidad de hacer un alto, respirar, para poder ver los sies y los noes de nuestro actuar en el aula.
Precisamente, en estos días de final de semestre me he visto agobiado por los interrogantes (¿agobiado, sería la palabra?, mas dejémosla), al sopesar la manera en que conduje las clases. De una cosa estoy convencido hasta la fecha, y es que cada vez es más difícil hacer que los estudiantes se involucren en los aspectos teóricos del arte, particularmente de la danza, y de que en la parte práctica se aboquen a experimentar nuevos modos de abordar el movimiento, que no sea, únicamente, como los modelos que le presentan los medios de comunicación. Sin duda, que debo trabajar más en la manera de motivar a los alumnos.
Por otro lado, me he formulado mil y una vez, hasta qué punto se puede ser flexible, pongamos por caso, en los plazos para presentar las asignaciones; qué puntajes darles cuando se hacen fuera de la fecha; qué actitud tomar ante la cuestión: “Profe, deme esos puntos para que no me baje el índice”. ¿Cuál es la frontera entre un profesor flexible y uno indolente (por llamarlo así cuando no es flexibe)? Pero, ¿qué es un profesor flexible?
La verdad que todas estas cosas me las he planteado desde siempre, pero ahora, tras el desbroce del camino, adquieren otro cariz, el que indefectiblemente me exige transitar con una nueva actitud.
Deseo terminar con un corto párrafo tomado del programa de la unidad II del Diplomado: “En esta propuesta se visualiza el error como una fuente importante que posibilita nuevos y significativos aprendizajes. Se parte del convencimiento de que se hace necesario desaprender para poder aprender, cambiar nuestras creencias y mejorar nuestras prácticas”.
Santo Domingo, República Dominicana
Martes 24 de abril de 2007
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