Por Jochi Muñoz
El presente texto fue preparado a petición del artista dominicano residente en Chicago, Rey Andújar, para ser incluído en el No. 107 de la Revista Contratiempo, de septiembre de 2013. Por razones editoriales el mismo fue editado en algunas de sus partes; aquí lo cuelgo en su estado original. Para consultarlo en la versión publicada por Andújar, aquí tenemos el link: http://contratiempo.net/2013/09/un-trago-a-la-roca/
En un lugar y tiempo remotos, un hombre se daba a la tarea de subir cuesta arriba una misma roca una y otra y otra vez, y al llegar a la cima de la montaña, indefectiblemente, la roca se precipitaba hacia la sima.
La causa de su aparente testarudez de repetir la señalada acción, varía de autor en autor. Todos coinciden, sí, en señalar que era un castigo de los dioses (los del Olimpo, no los afroantillanos), pero el por qué de este eterno e inmisericorde castigo, ahí es dónde no se han puesto de acuerdo los estudiosos. Lo penoso de ese asunto de mover la roca, es que el infortunado hombre no logró conseguir el perdón de su pecado ni recibir otro tipo de remuneración alguna. Fue el trabajo por el trabajo.
Pero qué más da, si como imagen nos viene al dedillo para representar al individuo tenaz, perseverante, aplicado… en llevar a cabo su labor. Cualquier labor de cualquier campo, pero que me apetece dirigirla a la representación del artista comprometido, y, más específicamente, al performero. Y, estrechando aún más el embudo, al performero de esta media Isla que me vio nacer: República Dominicana.
No fue sino hasta fecha reciente que, en nuestro país, ese “trabajo” que hicieron algunos artistas desde la década de los ´60, que no era ni danza ni teatro ni, por supuesto, nada asimilable a las artes plásticas, fue tomado en cuenta y colocado en una posición en que podía codearse con la pintura, el dibujo, la escultura, el grabado, la fotografía. Estos y el Performance, empezaron a hablar de tú a tú.
Vemos cómo la Bienal Nacional de Artes Visuales y el Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, nuestros dos principales certámenes de arte, desde 2009 y 2010, respectivamente, así lo han hecho, con el beneplácito de artistas y gran parte del público, y hasta premios se ha llevado. El centro que degusta de la periferia.
Pero, ¿qué caráchiba es eso de performance, tanto para gente ligada al arte como para la gran mayoría de la población? Sin dudas, algo que aún sigue siendo, al igual que en los ´60, un asunto extraño, incomprensible, difícil de asimilar, y, ¿por qué no?, facilista, para muchos de sus detractores.
Como artistas, debemos tratar de clarificarnos qué es eso; “con qué se come”, como lo expresara una vez el mexicano Pancho López. O, yendo un poco más lejos, como se preguntó, la también mexicana, Rocío Boliver (La congelada de uva) al iniciar una charla ante un grupo de estudiantes, “¿Para qué sirve la Performance?”, contestándose, a seguidas, “No tengo la más puta idea”. Esto, buscando provocar en el auditorio esa desazón tan indispensable para llegar a acercarnos a las cosas. Si en nuestras cabezas no tenemos arreglado el mobiliario, será muy difícil deambular por sus habitaciones.
Las definiciones de performances son incontables. Pero, tranquilos, no nos asustemos, que no vamos a agobiarnos con la lectura de las mismas, aunque sí voy a destacar una frase en particular, que dice: “Definir el performance es redactar su epitafio”. Pero, cuidado, que pudiéremos perdernos, si nos “movemos a la ligera”.
Los performeros venimos de campos diversos. En mi caso, de la danza, cuyos códigos de movimientos fui asimilando y archivando en mi cuerpo durante mi fase de preparación como intérprete. Cuando se me despierta el deseo de la creación, empleo ese bagaje a discreción, a la vez que me aventuro por otros senderos en busca de nuevos materiales. En ese transitar, en 2006, llego a los predios del Performance Art, y en él encuentro el medio idóneo para canalizar mis pulsiones de modo apropiado.
Al crear, parto de que el arte existe para comunicar una verdad, en un proceso reflexivo que no sigue los parámetros objetivos del reportaje periodístico, sino que los elementos involucrados han de pasar por el tamiz, eminentemente subjetivo, del hacedor de arte.
No basta con ponernos dos matas de lechugas en la cabeza y hacer tres maromas, y ya eso es un performance, si ese “hacer tres maromas” no está sustentado en un proceso de conceptualización sólido que haga que lo que emprendamos se sostenga en pie. Para los que en realidad tenemos interés en esta disciplina, nunca será suficiente lo que podamos leer, estudiar, ver…reflexionar. Hay que volver a esto una y otra y otra y otra vez (como el señor aquel que movía la roca). Y siempre, reflexionar.
Puede que el espectador no comprenda de inmediato el por qué de esa cosa realizada por el performero. Lo que se espera, es que se marche a su casa con el gusanillo de la interrogante, y que, eventualmente, tras pensar en la obra, ésta pueda cobrar sentido cuando el espectador extrapole lo planteado en ella, a planos alejados de lo meramente personal del artista.
A veces me sonrío al acordarme de las muchas observaciones que me han hecho (y de casos en que no me lo externan, pero sé que lo piensan) de que lo que hago… mejor expresado, de que lo que hacemos los performeros, es fácil y no conlleva mayores esfuerzos.
Eso último es una trampita en la que caen muchos espectadores, y peor, algunos artistas que desean incursionar en la disciplina “porque es cool”, aventurándose por estas sendas sin parar mientes en lo que hacen; sin entrar en diálogo consigo mismo, esto es, sin adentrarse en los tan necesarios momentos de reflexión. El resultado obtenido por ellos, no tenemos ni que comentarlo.
Estamos conscientes que, al igual que en todas las esferas de la actividad humana en que hay buenos y malos “trabajadores” (sean estos médicos, abogados, albañiles, cantantes, contables, sobrecargos, pintores, biólogos…), el campo del performance no escapa a esa situación. Como en las Sagradas Escrituras, hay que separar el trigo de la paja.
Tengo la suerte de contactar con profesores, compañeros y amigos generosos, cuyas atinadas conversaciones me han llevado, casi siempre, a repensar, a modificar, a desestimar proyectos tras someterlos a horas de reflexión, para evitar así, “moverme a la ligera”. Entraba en arduas batallas en las que, muchas veces, creía que iba a desfallecer.
Tal es el caso de la pieza Como si las mismas olas mojasen siempre los mismos pies, recién realizada el pasado 29 de junio, en el Miami Performance International Festival 2013, en Miami Beach. Habían transcurrieron 10 añitos desde el primer boceto de la misma hasta el definitivo que llevé a este evento.
Esa palabra, reflexionar, es la clave para poder realizar un trabajo digno que conduzca a la indispensable profesionalización, y, en esa misma medida, entonces, poder demandar apoyo y, más aún, y más importante, concitar el respeto de los demás hacia este oficio. De no hacerlo, estaremos fritos.
En el deambular por esos caminos, el performero gana mucho en madurez artística, sin dudas, y, a excepción de unos pocos, nada en lo monetario. Pero, no desmaya; es incansable y tenaz, como un guerrero, como un quijote, como Sísifo (que así se llamaba el señor de la roca), en su constante accionar para comunicar una verdad: su verdad.
A parte de los dos certámenes de arte mencionados que le dan cabida al Performance Art, en nuestro país no existe ninguna institución que destine, permanentemente, fondos para proyectos de investigación y/o creación en el área. Muy al contrario, lo poco o mucho que se realiza depende, en su casi totalidad, de la buena voluntad (y de los ahorros) de los artistas mismos. De ahí, que casi todos los performeros que conozco son "artistas multidisciplinarios", o trabajan en alguna otra actividad ajena, que le permite subsistir, y agenciarse los fondos para llevar adelante sus proyectos. Pero esto sería tema para otro escrito, como el presente, de entre 800 a 1,200 palabras.
Santo Domingo, Rep. Dominicana
Viernes 23 de agosto de 2013