viernes, 23 de octubre de 2009

44 ciruelas pasas, 6 platos blancos y una artista: Lina Aybar, De-accionada

Por Jochi Muñoz

Si hay algo que subyuga de los performances de la artista dominicana Lina Aybar es, precisamente, la pulcritud de los mismos. Podrían o no gustar, podrían o no estar del todo amarrados conceptualmente, podrían o no estar planteados de la manera más idónea para comunicar su verdad, podrían o no, podrían o no, podrían o no... lo que se quiera, pero la factura es siempre impecable, requiriendo de un gran nivel de concentración y manejo de la energía por parte de la artista.

Pero, gracias a la vida, la obra de Lina no se queda en lo meramente formal, sino, amén de esto, el fondo (el concepto de que ella parte) está planteado con la misma nitidez y precisión que tiene la forma, de suerte que el público tiene a su disposición un banquete del cual servirse (por expresarlo de este modo), y cuyo plato elegido, esto es, la lectura que haga de la pieza, vendrá sazonada por las experiencias personales de cada espectador.

Como sabemos, por lo general, Lina Aybar no realiza performances cuyo acción o resultado final recae directamente sobre los otros o sobre el medio ambiente, sino, que su cuerpo es el receptáculo de la acción planteada y realizada. El público es el testigo que, posteriormente, entrará en ese jugo reflexivo del por qué de esa acción.

Acción esa que es la vía por donde corre el discurso habitual de Lina: el cuestionamiento de su condición y situación como mujer. Pero una mirada más atenta revelaría que ese discurso es susceptible de ser extendido al ser humano en general, ya que la sociedad en la que estamos inmersos nos hace sentir, a todos por igual, su peso, y va modelando a un individuo a la imagen y semejanza del montón. Pero la artista, dotada de una sensibilidad particular, da su voz de alarma, y disiente de todo aquello que represente un escollo para el desarrollo del ser humano

Recordemos, a propósito, algunas de sus piezas: El color de la vida (2006), estuvo por dos días dentro de una habitación, pintando de negro techo, paredes y suelo; en Hecha tiras (2006), la artista, vendada y descalza, deambulaba por calles de la ciudad colonial, mientras circulaban unas tijera con las que todo aquel que lo deseaba, le fue cortando la ropa; en +cara (2007), sentada en una concurrida calle, ella se maquillaba y desmaquillaba constantemente. Lo que es un acto “natural” que se lleva a cabo diariamente por imperativo social, es transgredido por la artista en esta pieza; en ¿Quién decide? (2007), sólo llevaba como indumentaria etiquetas adheridas a su cuerpo, en las que estaban escritos calificativos (positivos y negativos) que se les asignan a la mujer, y que la artista, parada inmóvil, estaba a la espera de que alguien se atreviera a desprenderle alguna.

Una pieza que cuando la vi se me antojó algo alejada de las antes citadas, sobre todo en lo conceptual, es Corazón de libélula (2007). Fue presentada en un centro de entretención social, el 14 de febrero, fecha en que se celebra el Día del amor y la amistad. La artista estaba parada en frente a una mesa preparada para un bufet, de la cual tomaba un plato en el que, valiéndose de un dispensador de sirope de chocolate, dibujaba una libélula. Acto seguido, extendía sus brazos ofreciendo el plato a quien deseara tomarlo. Así lo hizo con docenas de platos dispuestos para esto.

En esta pieza el cuerpo de la artista no se constituye en cáliz donde se contiene el resultado de la acción, sino que él es el ejecutor de algo que se comparte con el público, ya que la presencia y participación de éste es imprescindible para que la obra pueda ser. Además, la artista no trataba su acostumbrado tema sobre su condición de mujer. En su momento, me llegué a platear la disyuntiva: o esta pieza es un alto en el discurso habitual de la obra de la artista (haciendo algo diferente a lo que normalmente realiza), para retomarlo luego; o constituye un cambio de dirección radical en el modo de abordarlo. Me dije que el tiempo nos diría qué derrotero seguirían los trabajos futuros de esta artista.

Una última pieza a la que deseo referirme es De-accionada (2008), en la que Lina vuelve a trabajar sobre su cuerpo, y de la que tomo el nombre de ciertos elementos empleados en la misma para conformar el título del presente escrito. Así, Lina volvió a sorprendernos la tarde del 5 de abril del año en curso, con la propuesta mencionada, que realizara durante el cierre del taller El Arte de la Acción. Unión de Arte y Vida, impartido por el mexicano Pancho López, en el Museo de la Cerámica Contemporánea, y coordinado por Arte-estudio.

En esta pieza, la artista, llevando seis platos blancos, caminó hacia un extremo del salón, se sentó en el suelo y dispuso esos objetos en una línea. Procedió a escribir en los mismos la palabra ACCIÓN; una letra por plato, empleando para ello ciruelas pasas. En total, usó 44 de estas frutas secas. Realizó esta acción con la economía de movimientos que le es habitual.

A seguidas procedió a ir llevando a su boca, una a una las ciruelas, sin alterar el ritmo lento que empleara al escribir cada letra, e ingirió la totalidad de las mismas. Luego, recogió los platos y se retiró de la sala.

Lo primero que llamaba la atención de esta pieza, era, precisamente, ese modo parsimonioso y limpio con que ejecutaba la acción. Y desde la acción misma de llevarse la primera ciruela a la boca, se detonó un mar de posibilidades de “interpretar” lo que la artista estaba haciendo.

Toda la ritualidad del acto de escribir la palabra ACCIÓN y luego de borrarla al ingerir las frutas por parte de la artista (¿estábamos ante un acto de expurgación?), contrastaría radicalmente con las acciones fisiológicas posteriores desencadenadas en el interior de su cuerpo (¿otro modo de expurgación?), debido a las propiedades laxantes de esa fruta.

Sin dudas, los performances de Lina golpean, sacuden, desconciertan..., en definitiva, producen ese estado de desazón (que conduce a la inevitable reflexión) que todo artista anhela provocar, ya que esa desazón es un aval para la trascendencia de su obra.

La desazón que me produce la obra de esta artista me lleva a preguntar sobre cuál es su procedimiento de conceptuar y realizar una acción; qué peso tiene su formación en artes plásticas dentro de este proceso; qué influencias ha tenido de parte de otros artistas nacionales e internacionales; cómo resolvió los puntos de convergencia con quienes trataron temas similares; qué divergencias se encuentran; qué referentes posee en los varios campos del arte... En fin, que las dilucidaciones de estas reflexiones (usaré una frase cliché) quedan en el tintero, y podrían perfectamente conducir a la realización de un trabajo monográfico sobre el trabajo de esta artista, el que se iría engrosando con cada nueva pieza presentada, ya que, como hemos visto, en Lina Aybar encontramos a una paridora de desazones.


Santo Domingo, República Dominicana
Sábado 4 de octubre de 2008

Texto publicado en la Revista Lengua, no. 2, Oct.-Nov. 2008; pp. 61-67

No hay comentarios:

Publicar un comentario