viernes, 13 de noviembre de 2009

Ellas (o Nives Cazadora)


(El presente comentario corresponde a la función de Cazadoras del arca perdida, del Teatro Gayumba, presentada el 10 de junio de 2001, en el Auditorio del Palacio de Bellas Artes, dentro de la II Muestra Dominicana de Teatro, organizada por el Colegio Dominicano de Artistas de Teatro [CODEARTE]. El texto fue publicado en: Revista Teatro, año 4, no. 38, Octubre 2001, Santo Domingo; pp. 27-28. Esta publicación, ya desaparecida, era el órgano de difusión del Teatro Nacional de Santo Domingo, Rep. Dominicana.)


Por
Jochi Muñoz


Son precisamente las actrices, más que los actores, quienes en nuestro medio han decidido enfrentarse al auditórium sin más compañía que el personaje o personajes que han de interpretar. ¿Por qué ellas y no ellos? Creo que nunca se ha analizado este asunto, por lo menos de manera rigurosa, y bien valdría la pena que en un futuro se tratara a fondo. Pero lo cierto es que ellas lo han venido haciendo cada vez con mayor asiduidad en los últimos años, ya sea estrenando o reponiendo monólogos o, más precisamente, unipersonales, de la más variopinta autoría y tendencias conceptuales y estáticas en la puesta.

Si hacemos un recuento de las actrices que se han aventurado en tal empresa, recordemos a Carlota Carretero (Quíntuple y Salomé U.), Elviras Taveras (De Lora), Ilka Tanya Payán (Todas tenemos la misma historia), Guadalupe Villegas (Todas tenemos la misma historia), Viena González (Flor de mayo), María Castillo (Emely), Niurka Mota (Desahogo de una viuda), Nives Santana (Momo), Isabel Spencer (¡Allá tú!), Elizabeth Mateo (El último instante y El camerino), Miosotis de Jesús (El camerino) y Mariluz Acosta (Yerbamala).

Recuerdo que fines de 1993 recibí una invitación para el preestreno del –hasta ese entonces– último trabajo de Manuel Chapuseaux para el grupo Gayumba. Se trataba de Ellas, nombre que tomé prestado para titular este escrito. Para su estreno oficial, en 1994, se optó por cambiarle el nombre por el de Cazadoras del arca perdida –sin dudas más atractivo con miras a la taquilla–, con el que se conoce hasta la fecha. Como fiel admirador y seguidor de Gayumba asistí a la puesta con la expectativa al más alto nivel.

Tras ese primer enfrentamiento con el público, la obra ha corrido un sin número de veces en la ciudad de Santo domingo, en el interior, como también en el exterior del país, siendo su última entrega dentro de la II Muestra Dominicana de Teatro, el 10 de junio del año en curso, en el Auditorio de Bellas Artes. Después de haberla visto una vez más en esta ocasión, puedo aseverar con más firme convicción que esta obra es como un buen vino.

Chapuseaux estructuró su trabajo a modo de suite: cuatro piezas cortas interpretadas por una misma actriz, Nives Santana. La primera pieza, En un bohío, tiene dramaturgia del propio director, a partir del cuento homónimo de Juan Bosch; la segunda, Moñitos, es una adaptación de Morritos, de los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero; continúa con El nombre, de Griselda Gambado, para finalizar de manera heroica y grandilocuente con la pieza de Néstor Caballero, Cazadoras del arca perdida, que justamente le da el título al espectáculo. Cada pieza tiene vida propia y podría presentarse independientemente. Pero el conjunto de las cuatro, aun siendo diferentes una de las otras, engarza perfectamente conformando un espectáculo con una premisa común: la marginalidad de la mujer y el anhelo de salir de ella. Y el orden de las piezas no pudo ser más apropiado.

¿Qué de particular tiene este trabajo de Gayumba? Nada y todo. En el mismo encontramos a una actriz que representa varios personajes, un mínimo de elementos escenográficos y de utilería, musicalización pertinente, la sempiterna historia de personas desposeídas y marginadas…, es decir, que nos enfrentamos a una puesta en donde se recurre a los habituales recursos brechtianos del grupo, pero, y aquí viene el TODO, matizados de una cierta forma que nos arroba y nos hace percibir cada cosa como nueva. Y cada cosa se impregna con la magia de la actriz.

Sabemos lo difícil y demandante del monólogo, ya que por más vuelta que se le dé al montaje, en definitiva, el peso de éste recae sobre el intérprete. Y Nives Santana sabe transitar por los meandros de estos cuatro monólogos, interpretando con precisión quirúrgica, por así decirlo, a las sendas protagonistas como a los demás personajes involucrados en la trama. La actriz logra la total complicidad con el auditórium para, mediante un ligero cambio en el acento, o una mínima modificación con una pieza del vestuario, o un cambio de expresión…, hacer que el público crea en la verdad del juego del cambio de personajes dentro de cada pieza. Valga resaltar su trabajo vocal y su excelente dicción.

El director sometió a la actriz a un verdadero tour de force dados los requerimientos histriónicos exigidos por cada pieza. Y aquí volvemos a referirnos a la estructura del espectáculo. Así, en la primera pieza, En un bohío, tenemos a la actriz ya narrando la historia, ya interpretando a la madre, ya interpretando a los hijos, ya interpretando al viajero. Moñitos, la segunda, nos viene como una brisa fresca que nos trae, conjuntamente con los aires de bachata, el deseo de todas las moñitos de salir del estrecho medio en que están confinadas, recurriendo al escape que le ofrece la fabulación. En ciertos momentos de esta pieza, echamos de menos la contención mostrada por la actriz en ocasiones anteriores, ya que en la función que comentamos se desbordó más de lo que a nuestro entender era pertinente.

La puesta del siguiente monólogo, El nombre, contrasta totalmente con el anterior, tanto por el carácter del mismo, y, en consecuencia, por los elementos externos de la puesta (vestuario, maquillaje, iluminación…) Un cuadro verdaderamente poético. De todos, éste toca sensiblemente al espectador, lo conecta emotivamente con el personaje –una doméstica que lucha por mantener su identidad, ya que las señoras le cambian siempre el nombre–. A nuestro juicio ésta es la pieza en la que la actriz hace gala de un mayor comedimiento y control, logrando, por ende, la sutileza y poesía requeridas.

Finalmente, arribamos al cuarto, Cazadoras…, cuya primera imagen, la silueta de la actriz con sombrero y látigo en mano, en franca alusión a una pose del protagonista del film homónimo de Steven Spilberg, rompe con la conexión emotiva creada en el monólogo anterior y da la tónica de este último. Una mujer lucha por salir del fango junto a sus hijos, con una actitud heroica y de firmeza a toda prueba. De lectura francamente abierta, permite al espectador, además de admirarse con el trabajo corporal y vocal de la actriz, reflexionar sobre las múltiples interpretaciones que le podría dar a la pieza. Concluye el mismo con la pose inicial aludida, para recalcar aún más el distanciamiento.
Sin dudas que el binomio Chapuseaux-Santana logró con este trabajo, al igual que lo hizo con Don Quijote y Sancho Panza, crear otra pieza clave dentro del teatro no sólo dominicano, sino latinoamericano. Las horas de estudio e investigación de estos dos jóvenes artistas dominicanos se vieron recompensadas con la buena cacería de aplausos obtenida la noche del pasado 10 de junio, cuando la audiencia en pleno los aclamó tras la puesta. ¡Enhorabuena!